La inmigración musical

Medio: Revista Ya (El Mercurio)

por Juan Toro

La Fundación Música para la Integración, creada en Chile por músicos inmigrantes, ya cuenta con más de 300 músicos y 120 estudiantes. Su fundadora, Ana Vanessa Marvez, asegura que un espacio como este era necesario para no perder el talento que llegaba al país: «Si dejas de entrenar, pierdes la habilidad. Y todo lo que se trabajó por años (antes de llegar a Chile) no se podía perder detrás de un mostrador»

El ocho de julio de 2017 quedó marcado en la memoria de Ana Vanessa Marvez (35). Ese día fue la primera reunión de músicos venezolanos en Santiago para la orquesta de Música por la Integración, un proyecto que por aquel entonces Marvez recién comenzaba y que, hasta ese día, solo impartía clases de música a niños. Cada una de las cerca de doce personas en la sala tenía una trayectoria en el mundo de la música docta. Pero en ese momento la situación era diferente:

-Parecía una reunión de alcohólicos anónimos. Todos dijeron sus nombres, su instrumento y su trabajo actual. Eran fagotistas, violinistas y trabajan como nanas o garzones. (…)  Lloramos mucho, pero hubo una catarsis. Muchos llevaban años o meses sin ver sus instrumentos – explica Ana Vanessa Marvez en una videollamada desde su apartamento en el centro de Santiago.

¿Había optimismo en ese primer paso?

-Eso sentía yo. Les dije que no podíamos perder esto. Porque es como con los futbolistas, si dejas de entrenar, pierdes la habilidad. Y todo lo que se trabajó por años (antes de llegar a Chile) no se podía perder detrás de un mostrador.

Para Marvez, Música para la Integración sería el proyecto que reuniría toda su experiencia. A los 17 años, mientras estudia Ingeniería y música en el conservatorio en Venezuela. Marvez ya hacía clases de música a sus compañeros. En este momento, practicaba guitarra clásica y canto lírico. Luego, estudio pedagogía, dirección coral y gestión cultural, todos conocimientos que, en la Fundación que creó en 2017 tomaron sentido:

-Como ciudadana en Venezuela, no sabía qué hacer para ayudar a mejorar la situación en la que está el país. Cuando uno se va, uno siente una derrota interna, sientes que no luchaste, no te quedaste para luchar. Pero aquí encontré algo que hacer para cambiar la realidad de mi gremio. Esta derrota fue subsanada cuando encontré una razón de ser aquí, a través de mis colegas.

Hoy, la Fundación Música para la integración, que inició principalmente con venezolanos, reúne a más de 300 músicos de Colombia, Perú, México y Chile. Comenzó con solo ocho alumnos y hoy suma más de 120, de los que la mayoría toma más de una clase, entre las que se encuentra teoría, estética e instrumentos específicos.

Marvez asegura que si bien la pandemia detuvo los conciertos de las fundación, las clases de los alumnos se mantienen de manera online.

El violinista venezolano Jesús Peña (26) llegó a Chile en septiembre d 2015. Había sido seleccionado en línea para trabajar en la Orquesta Regional de Tarapacá. Tras un año, el programa no fue renovado y entonces, recuerda, comenzó lo que llama su «verdadera migración»: Llegar a Santiago.

-Muchos músicos hemos tenido que tocar en la calle. No es que sea algo malo, pero después de tantos años estudiando, uno no espera tocar en la calle. Y no me avergüenzo, pero sí da un poco de susto, te pueden multar si lo haces en el metro, por ejemplo.

El cambio, explica Peña, fue drástico.

Jesús Peña es uno de los tantos músicos formados en el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e infantiles de Venezuela. Conocido simplemente como «El Sistema», este programa se encarga de la formación en la música docta de niños e impulsar las carreras de músicos profesionales en el país en teatros internacionales. Así, Peña comenzó a practicar a los siete años. En su carrera ha tocado en Japón, Corea, Portugal, Francia, Alemania, entre otros países.

Con 18 años, Peña vivía de la música en Caracas becado por El Sistema. En Chile, reconoce, la situación ha sido complicada económicamente para los músicos venezolanos que llegan:

-Hoy en día, la situación de Venezuela, no funciona, porque muchos músicos se han ido y se han cerrado las orquestas, muchos grandes músicos han dejado el país por la situación que se vive allá. Es una pérdida humana. Por eso queremos hacer nosotros acá con el sistema de la fundación, integrar a esos músicos migrantes.

Hoy, además de tocar en diferentes orquestas en Chile, Peña es uno de los cerca de 30 profesores de la Fundación música para la Integración, uno de los originales:

-Cuando llegué eran ocho alumnos, hoy son 130 y me siento orgulloso de eso. Ver crecer a los niños, tengo algunos que han empezado desde cero conmigo y hoy tocan con buen nivel . Queremos poder llevar eso a muchos más niños.

La Fundación cuenta hoy con diferentes centros de formación ubicados en diferentes capillas y centros culturales de Santiago que consiguen de manera gratuita o con arriendos simbólicos. Peña asegura que tener un espacio físico propio es uno de los puntos que faltan a futuro:

-Nos juega en contra no tener una sede propia física. Los anhelamos demasiado. También nos gustaría que los niños no tuvieran que pagar, porque entrarían mucho más. Cobramos una mensualidad muy baja, pero aun así muchos no pueden pagarlo. Si algún organismo garantizara sueldos a los profesores, además de crear puestos de trabajo, podríamos atender niños gratis. Y estoy seguro de que serían muchos más que ahora.

En el encuentro de orquestas Melodías al Viento, realizado en Lebu en enero de 2020, se presentó la flautista Ana María Marvez (18), la hermana menor de la creadora de Fundación Música para la Integración. Junto al Ensamble Gasad, compuesto por cuatro músicos jóvenes, interpretaron un arreglo de Viva la Vida de Coldplay, quedando en tercer lugar. El resultado estuvo bien, asegura, y en su mente se mantenía el recuerdo de la primera presentación de la Fundación en 2017 en la Parroquia Latinoamericana en Parque Bustamante.

-Esa fue la típica presentación de niños chiquititos, algo muy básico para que los padres, que eran el único público, vieran qué habían aprendido sus hijos.

Las primeras clases de música a niños migrantes que realizó la fundación fueron en 2017, en el living de la casa que ocupa como Centro la Academia Integral de Artes de Ñuñoa. Ana Vanessa Marvez trabajaba como recepcionista en el lugar y había conseguido utilizarlo como un favor de su jefe.

Cuando Ana María Marvez, la hermana menor de Fundación Música para la Integración, llegó a Chile en 2017 tenía 14 años. Entró a la organización de su hermana para retomar sus clases de flauta traversa que había comenzado en Venezuela:

-Éramos muy pocos cuando entré. Siempre niños entrando y saliendo. En mi grupo de flauta nunca hemos sido más de 15, pero es un grupo que ha ido creciendo.

Hoy, Ana María Marvez continúa como alumna de la fundación, pero este año realizó su primera audición para ingresar en las orquestas adultas:

-Este fue el primer año que se hacen las audiciones formales. A medida que se va incrementando tu capacidad como ejecutante, vas avanzando de nivel y te dan la oportunidad de entrar a una orquesta con repertorios exigentes – explica Marvez y agrega que, en su caso, logró ingresar a la Orquesta Juvenil Andrés Bello.

Actualmente, Ana María estudia contaduría en la Universidad de Santiago de Chile, para seguir la formación que comenzó en su colegio técnico-profesional. Pero asegura que no plantea dejarlo y que estudiará música profesional después.

-Quiero graduarme como flautista y ser profesional. Pero en el estudio no tengo claro si quiero ser directora, pedagoga u otra especialidad. Si sé que no voy a dejar la flauta.

Entre 2017 y 2018 la cornista colombiana Indira Reinel (35) se alejó de los escenarios. Una depresión producto en parte por el estrés provocado por la sobrecarga laboral en Chile derivó en pánico escénico.

-Tocar era lo único que sabía hacer, pero ir a una orquesta es esa circunstancia era muy duro.

Había llegado a Chile a finales de 2013 para visitara su hermana que estaba viviendo en Santiago. Vino con su corno francés y aprovechó e viaje para audicionar en orquestas chilenas. Finalmente trabajó por tres años en la orquesta Regional de Tarapacá. También hizo clases en orquestas comunales y, cuando volvió a vivir a Santiago, viajaba todos los sábados a Chillán por el día a dar clases de música.

En 2018, mientras estudiaba un Magister en Gestión Cultural en la Universidad de Chile, vio que algunos de sus contactos estaban tocando en la orquesta de la Fundación Música para la Integración.

-La Fundación me dio un espacio amigable, con colegas que ya conocía, sin una obligación. fue muy importante para mi tener ese espacio seguro para volver a tocar.

¿Qué la hacía sentir segura?

-Es un espacio en que compartes algo con los demás. En la fundación compartes dolores, venimos de otras culturas. Se nota hasta en cosas como contar un chiste y que todos te entiendan, sin esforzarte por adaptarte. (…) En ese espacio hay contención, que es necesaria en colectivos con un sufrimiento en común con los migrantes.

Pero vivir fuera de su país es algo que Indira Reinel ya conoce bien. Entre 2005 y 2008 estudió música en el Mozarteum de Caracas, Venezuela. Y en 2008 se fue a Holanda, a sacar su pregrado en corto en el conservatorio Maastricht. Pero en Chile, explica, debió enfrentarse a la discriminación que sufren los músicos latinos:

-Hay una sobrevaloración del músico europeo y del norteamericano, y una desvaloración del músico latinoamericano.

Antes de llegar a la fundación, Indira Reinel tomó clases con el cornista chileno Edward Brown. Asegura que esto fue un paso importante para entrar en el circuito de la música en el país.

-El circuito musical es bien cerrado. Es pequeño y todos nos conocemos en algún momento. A estas alturas, ya muchos úsicos saben quién soy o han escuchado de mí, pero cuando recién estás llegando, cuesta hacerse ese camino.

El trombonista peruano Frank Sánchez (19) llegó junto a su hermano Diego (17)a la orquesta de FUndación Música para la Integración en 2018. Habían sido invitados por un cornista que conocieron por la Fundación de Orquesta Juveniles en Infantiles de Chile (FOJI) cuando llegaron a la Fundación Cultural de Lo Prado, donde se ensayaba la agrupación. Los hermanos se sentaron , con sus instrumentos en la mano, y escucharon sin tocar.

-Cuando terminaron de tocar nos preguntaron por qué no habíamos tocado con ellos. Como nadie nos dijo que tocáramos, no lo hicimos, estábamos acostumbrados a un ambiente más juvenil. en esta orquesta había jóvenes, pero el nivel era mucho más alto.

Frank Sánchez llegó a Chile el 14 de febrero de 2017junto a su madre y dos hermanos, siguiendo a sus padres que había llegado un años antes. Entró a estudiar al liceo Politécnico de Talagante el  de marzo y dos días después entró en la Orquesta Sinfónica de Talagante para tocar trombón por primera vez. En su natal Perú, solo había practicado tuba por un año.

-Llegué a la sala donde practicaba la línea de bronces y me gustó mucho. Me gustó tanto el sonido que decidí que quería tocar tocar trombón – explica Sánchez. Y agrega que desde ese momento sabía que se mantendría ligado a la música. Comenzó con un instrumento prestado de la Orquesta de Talagante y luego se compró uno propio.

¿Cómo ha influido la Fundación Música para la Integración en su carrera musical? 

-He crecido bastante como instrumentista en esta orquesta. Antes, siento que mi acercamiento a esto era de estudiante, de practicante. La orquesta me ha dado profesionalismo y mucha experiencia.

Además de tocar con la fundación, Frank Sánchez está cursando su segundo año de interpretación con mención en Trombón en la Universidad Académica de Humanismo Cristiano:

-Esto dejó de ser un hobby desde el primer año de trombón. Desde entonces tuve muy claro lo que quería hacer y estudiar de aquí en adelante en mi vida.

En la primera reunión para preparar la orquesta de la fundación llegaron cerca de doce personas. Pero a la segunda fueron 30 y en la tercera, ya no había suficientes sillas para que todos los músicos se sentaran. En ese momento, la flautista venezolana, Crisbeth Rodríguez (45) fue a una tienda cercana a comprar unos pisos que donó al grupo. Esta era la primera vez que se volvía a sentar detrás de un atril desde su llegada a Chile en 2011, traslada por su empresa.

Tenía una responsabilidad muy fuerte. Me mandaron a este país a trabajar en algo específico, así que dejé la música de lado. Pero la música siempre estuvo ahí. La retomé cuando conocí a Ana Marvez y me juré no dejarla de nuevo. La música siempre va a estar ahí, pero yo no soporto dejarla.

Además de flautista, Crisbeth es ingeniera química, una carrera que priorizó sobre su formación de conservatorio de música para complacer a su madre. Peo asegura que no se arrepiente y que toda la experiencia ha sido útil.

-Las habilidades que aprendí en el mundo corporativo las aplico en el mundo de la música y eso ha sido un honor. Soy la secretaria de la Fundación, tomo minuta, algo que hago siempre en mi trabajo.

Su participación en la orquesta de la fundación, asegura, la ha llevado a retoma su antiguo sueño de dedicarse a la música. Participa en la orquesta de flautas de la Universidad de Chile y desde este año es estudiante en la carrera de Interpretación Musical en la misma casa de estudios.

-Siempre quise hacerlo. Estoy honrando los deseos de mi yo niña. Debí hacerlo hace tantos años (…) En mi vida hay solo dos momentos en los que he logrado sentir una elevación: cuando he sido profesora y los tres segundos antes de empezar a tocar con una orquesta. El oboe da el LA para las cuerdas, después los vientos y todos tocamos un LA general par afinar.

Ese momento es sublime.

 

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